Mitos y héroes para una izquierda ansiosa

Posted on abril 6, 2013

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Quizá porque las últimas décadas (de deslocalización, crédito, bienestar, consumo, información y espectáculo) se han desactivado el último indómito espíritu, ahora las personas que anhelamos una transformación social para que en las sociedades quepa todo de una forma más integradora  [las personas, los géneros, las generaciones, los pueblos, el planeta] tenemos una idea muy imprecisa de cómo serían esas sociedades y de los pasos a dar.

En esta confusión me parece a mí que hay mucha nostalgia de la sociedad que se aleja (la del pleno empleo, el consumo, el estado sobreprotector), la de 2005, en la que la complacencia primermundista había anulado casi todos los huecos del descontento y en la que no había luz suficiente para atisbar apenas las contradicciones profundas de aquel bienestar occidental. En las masas que manifiestan ahora su descontento casi no veo preocupación por la próxima crisis energética, por la inundación de residuos sólidos, líquidos y gaseosos, por la crisis de la diversidad biológica, agrícola, cultural, por la exclusión de una gran parte de la humanidad de los bienes básicos, por la herencia para las futuras generaciones, por la soberanía alimentaria, … Más bien oigo una canción con un estribillo triste y machacón en el que se pide la imposible devolución de un pasado remoto.

No asumimos integralmente que la sociedad también de las listas de espera, los atascos, el fracaso escolar, las personas mayores que estorban, la mercantilización o la estatalización de todo (desde los juegos de los niños en ludotecas hasta la muerte fría en tanatorios, pasando por la escolarización o los cuidados personales) no es sostenible. Reivindicamos la recuperación de esa sociedad porque no tenemos la creatividad para adivinar nuevas formas de vida menos dependientes de instituciones, más sencillas y menos dañinas.

En la situación actual en la que la economía no produce (construimos menos, no nos permiten endeudarnos más, trabajamos menos personas, destruímos menos el territorio, contaminamos menos, consumimos menos energía) lo suficiente para que las administraciones recauden impuestos bastantes (en la estructura impositiva intacta), lo más usual de la izquierda mayoritaria (así Izquierda Unida), que escucha el lamento de la sociedad melancólica, es la propuesta múltiple con la reforma tributaria progresiva, la lucha contra el fraude fiscal, la suspensión y la auditoría-rechazo parcial de la deuda, la nacionalización de la banca para uso público, la facilidad de endeudamiento con el banco central, … con la intención de sostener financieramente los gastos de protección y relanzar del crédito, la actividad económica, el empleo, …

No sólo tenemos confusión y redundancia. Esa confusión reproductiva es muy deudora del miedo que tenemos. Las sociedades capitalistas occidentales nos han acostumbrado a una seguridad total (el salario, la renta social sustitutiva, la protección de la salud con sistemas burócratizados, …) que con seguridad nos aboca al colapso multiforme. Ahora que empieza a descubrirse con extensión el horror al vacío, psicológicamente es bastante natural que en lugar de buscar una nueva forma de organización social atrevida y sin estados salvadores reclamemos la devolución de la cómoda sociedad en vías de extinción.

La actitud consciente, creativa y valiente ni siquiera es generalizada entre las personas víctimas del paro de larga duración, una forma de exclusión de la renta que provoca otras formas de exclusión. Lo más frecuente allí es la búsqueda de empleo o la petición de prestaciones, subsidios, ayudas, prórrogas, … No es corriente una ruptura individual ni cooperativa con la sensación asfixiante de carencia de una salario o de un renta pública para adquirir los bienes básicos en el mercado.

En esta desorientación, es normal la construcción de mitos y héroes con ansiedad y con poca meditación. Son mitos y héroes con promesas de reintegro de lo perdido. Son mitos y héroes que muchas veces ni siquiera son compañeros de viaje de retorno a esa Ítaca del consumo y la protección estatal. Desde luego, pocos son los mitos y los héroes con una verdadera vocación de transformación profunda que trascienden a esa izquierda ansiosa desde las izquierdas que trabajan con discreción en el día a día para crear un mundo diferente desde abajo, como es el caso de Enric Duran, que no es seguramente el héroe más difundido en esta sociedad de redes de información y comunicación.

A continuación apunto algunos de estos mitos y héroes con pegada en una izquierda con más prisa y comodidad que reflexión. Sólo propongo una meditación sobre estos mitos y héroes. Cada cual es libre de admirar a quien quiera y de creer que su camino es el acertado.

Uno de los mitos inquebrantables es el de Islandia. En esa izquierda dicen que los medios nos ocultan su ejemplaridad. Incluso a personas como Rafael Cid, un periodista al que estimo, repiten de forma infundada ese mito. En ese mito el pequeño país no pidió rescate, permitió que sus bancos quebraran y no se nacionalizaron pérdidas, se metió en prisión a los banqueros y responsables políticos, dimitieron los gobiernos, se reformó la constitución.  Sin embargo, las personas que hemos hecho un estudio autónomo de esa experiencia encontrábamos poca base para la ilusión. Para el desmentido era muy útil la aportación de la española residente en Islandia, Elvira Méndez Pinedo. Hace unos días el programa de radio La Caverna hacía otro reportaje de desmentido. Si fuera cierto, estaríamos ante el sueño hecho realidad de esa sociedad que añora la sociedad de bienestar y consumo intacta, con participación ciudadana. Pero las bondades atribuídas no son ciertas o no son completas. Lo último sobre este caso es la finalización de la legislatura sin aprobar el proyecto de constitución para establecer una política más participativa. A pesar de todo, seguirán bendiciendo ese ejemplo, cuya gran prueba de éxito era para sus defensores el crecimiento económico, un concepto devaluado para el pensamiento decrementalista o antidesarrollista.

Hace casi un año apareció en escena el gran héroe francés. A pesar de ser un hombre gris de partido de toda la vida, convertido en candidato socialista a presidente seguramente porque un Almunia como Dominique Strauss-Kahn recibió denuncia de abusos sexuales en los hoteles de lujo que le pagaba el FMI que exige «austeridad», este Rubalcaba apellidado Hollande en el mito recibió una lluvia de admiraciones. Recuerdo especialmente el entusiasmo de Ignacio Escolar, que escribía una artículo diciendo que el programa de Hollande daba envidia (ya que lo comparaba con el de Rajoy). No se había enterado el bloguero más seguido del país de que cualquier parecido entre los programas de estas democracias y la realidad son meras coincidencia. El rubalcabismo sobre todo en la boca de Elena Valenciano anunciaba que se había acabado el reinado de lo que ellos llaman «austeridad» y no lo es. Hasta Cayo Lara cayó. A estas alturas ya nadie se ilusiona ni defiende a este instigador de la guerra de Siria y organizador de la guerra de Mali. Se confirmó la predicción de James Petras, que nos anunciaba que Hollande entraría por la izquierda pero saldría por la derecha (lección que deberíamos tener aprendida de los González, los Zapateros, los Mitterrand, los Schroeder, …).

Si empeñamos nuestra fuerza en una construcción y una destrucción de mitos o si nos empeñamos en la recuperación de la utopía de 2005, poco aliento quedará para hacer realidades diferentes.

La mitología de esa izquierda está llena de héroes modernos (Baltasar Garzón, figura impóluta donde las haya, los intelectuales como Vicenç Navarro, periodistas como Ignacio Escolar o como el nuevo pseudocrítico estrella Évole, los intocables sindicatos mayoritarios siempre a rebufo del PSOE, la Izquierda Unida de Valderas y quién sabe, …). Una constelación de izquierdas que prometen el Arca Perdida en el pasado, un tesoro que ocultaba unas grandes exclusión y explotación lejos de nuestra mirada, un club con un derecho de admisión cada vez más restrictivo, una amabilización del capitalismo, sin un abandono, una lucha o una superación.

Los seguidores del mito no tienen que esforzarse mucho, sólo promover votos hacia unas siglas y evitar los votos hacia las siglas invalidadas por la frágil memoria histórica de los últimos años. No habría que esforzarse para crear nada pues ya las empresas, los sindicatos, los partidos y el Estado se encargarían de todo. Con sólo ganar el poder se alcanzaría la gloria. Sólo los que mucho tienen perderían. Así de estupendo.

No habría que renunciar a los viajes lo más lejos posible, ni al coche en los trayectos más cortos, ni a las cuentas corrientes de las entidades financieras capitalistas, ni a las cincuenta camisetas y veinte vaqueros en el armario, ni a las horas de televisión con el aire acondicionado a 18º en verano, ni a comprar en las grandes superficies porque ya pagan impuestos de sociedades, ni a la renovación periódica de los cachibaches tecnológicos, ni a las marcas, ni a la acumulación de patrimonio que genere patrimonio, ni al rol rígido de asalariado-consumidor, ni a los kiwis de Nueva Zelanda o las manzanas de Chile, …

Las décadas y los siglos de desarrollismo en aceleración destruyeron las redes tradicionales de relaciones sociales comunitarias. Los individuos fuimos arrancados de las comunidades e instalados en unas vidas con escasas (las relaciones familiares nucleares y poco más) y tenues (en los otros casos) relaciones. La reconstrucción de las telarañas, el equilibrio entre ciudad y campo, la recuperación de una relación amable con la tierra campesina, … precisan una paciente actitud más integral que la sola elección de mejores representantes y la exigencia a cualesquiera representantes la tarde de un sábado una vez al mes, aunque todo eso pueda ayudar.

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