El mito del estado democrático dentro del estado nación

Posted on octubre 26, 2013

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Según el informe del Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, el 77% de la población española era urbana en 2010; se prevee el 82% para 2030 y no sé si acertarán porque para esta época la extracción de petróleo habría disminuído y algunos procesos históricos en buena lógica se revertirían. El proceso de urbanización de la población ha sido una de las tendencias fuertes de la humanidad durante el periodo del capitalismo.

La Historia del Capitalismo ha sido una historia de muchas concentraciones: concentración de la propiedad del tejido económico, concentración de la producción en las fábricas (aunque después se atomizara en diferentes fábricas para debilitar estrategias antifordistas de los trabajadores), concentración de la educación en las escuelas, concentración de la enfermedad en los hospitales, concentración de animales en las modernas granjas especializadas (como las granjas de pollos), concentración de la locura en los manicomios, concentración de viejos en los asilos, concentración de muerte en los campos de exterminio, concentración de la caca en las cloacas, …

La concentración en las ciudades o en los espacios urbanos metropolitanos (como decía Fernández Durán que había llamar a engendros como Tokio, Ciudad de México, El Cairo, … Rubén Blades contaba los millones de historias que tiene la ciudad de Nueva York) tiene profundas causas (como la degradación de las posibilidades de vida en las históricas comunidades rurales) y múltiples repercusiones, porque no es fácil organizar la convivencia de miles o millones de personas. Además en España el proceso de urbanización se convirtió en sector vital para la economía y en el centro de organización de la acumulación de riqueza (la plusvalía de la urbanización) desde la inclusión de España en el capitalismo europeo, desde los años sesenta, más desde la integración en las Comunidades Europeas y la desconversión industrial.

La ciudad supone una destrucción de los lazos comunitarios de las sociedades tradicionales. Las sociedades tradicionales no estaban libres de la dominación del cacique local, del cura, del tendero del pueblo del Germinal de Zola y Berry, de la gente bien que se reunía en la partidas de cartas de El Abuelo de Galdós y Garci, …  Podían ser sociedades en las que funcionara la opresión de la comunidad, como denunciaba Stuart Mill o como se ve en las comunidades amish/menonitas. Pero junto a esa dominación había unas redes sociales de solidaridad más reales que virtuales.

Entre nuestros tatarabuelos del mundo rural sería difícil un sentimiento de pertenencia a una nación española o a una nación canaria, porque el vínculo se establecía no con una abstracción sino con una hermana, con un vecino, como mucho con los paisanos de los pueblos lindantes. El otro día veía la presentación del libro de Yvon Le Bot «La gran revuelta indígena». Hablaba alguien en una lengua de Centroamérica. Desde luego, no le entendía nada, pero me llamaba la atención que en su lengua nativa no tenía palabras para traducir México o América Latina. Ocurre porque el continente o el país nacional no existe en esa cultura.

Aunque muchas migraciones se hicieron trasladando vínculos de la sociedad rural a la ciudad (muchos de mis vecinos juncalillenses se ubicaron juntos en el barrio de Las Torres en Las Palmas de Gran Canaria, así mi querido Gonzalo), con el tiempo los lazos rurales se han gastado y la ciudad se ha convertido en el hábitat de personas muy individualizadas, como explica Almudena Hernando. La persona que llegaba a la ciudad debió sentir un vacío de pertenencias. Los movimientos de masas de los treinta en Europa seguramente obtuvieron en ese vacío una de las estrategias de enganche.

En paralelo con el proceso urbanizador, se ha producido el proceso de construcción de las naciones. La escuela, los medios de comunicación, la guerra, el deporte, … han creado ese sentimiento. También han surgido sentimientos nacionales de entidades territoriales menores.

En la situación histórica previa al capitalismo, la localidad tenía mucho peso y podía sentirse una incredulidad hacia las propuestas de creación de sentimientos nacionales. En el capitalismo, la presión de los medios de creación de sentimiento ha calado, con tensión entre sentimientos incompatibles incluída.

En estas ciudades habitadas por personas huérfanas de relación y en la federación nacionalizada de ciudades es muy difícil otra forma de organización política más avanzada que la democracia representativa, con algunas rendijas de participación. Incluso en la organización de las tremendas ciudades, donde la democracia directa se aleja de la viabilidad, durante el siglo veinte se asentaron estas «democracias», según se ha repetido desde la propaganda institucional. Democracias en las que no decide ningún demos, democracias de delegación en burocracias, democracias al albur de las grandes corporaciones, democracias sin verdaderos controles institucionales o populares, democracias como encubrimiento y deslegitimación de la oposición («porque diez millones de votos (aunque hayan sido obtenidos de aquella manera y sin ataduras)…»), …

Seguramente por eso, el movimiento libertario, en la teoría y en la práctica de los treinta, sospechó de la nación, de la democracia en el marco de la nación,  de los partidos como agentes en el juego político «democrático», en las elecciones. El tiempo ha demostrado que había razones en su recelo. Pero los partidos, las elecciones, los parlamentos, los gobiernos representativos no son el verdadero problema. Son instituciones ajustadas a la esfera nacional.

Históricamente resulta bastante difícil descomplejizar una sociedad urbanizada y nacionalizada para convertirla en una sociedad de comunidades. Supongo que se me considerará iluso al presentar el pesimismo de que en los escenarios nacionales mucho más no se puede obtener que esta farsa. Pero me temo, como he expresado varias veces, que el terreno de la nación o del mundo son terreros (espacio donde se desarrolla una brega en la lucha canaria) en los que la democracia no es posible,

El artículo no es una propuesta ilusionada del comunismo libertario propuesto por la CNT en el 36, sino una estimación de que mientras históricamente no sea posible una organización social alrededor de lo local, nos tendremos que contentar con un estado pobremente democrático como el que existe, con más riesgos de retroceder hacia el autoritarismo que posibilidades de avanzar tres milímetros hacia la democracia.

Últimamente me había dado por escribir del estado social o de bienestar (ese «sabroso paréntesis» en la historia del capitalismo para unas pocas naciones durante unas pocas generaciones). Si la promesa de bienestar de la nación se va demostrando hueca, igualmente la promesa de democracia va luciendo esponjosa.