Arraigo y dinero

Posted on marzo 18, 2015

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Arraigo y dinero

La crítica al sistema social más convencional suele enfocar problemas terribles como el desempleo, la precariedad, la falta de protección pública, el deterioro de los servicios públicos, … La propuesta para remediar esos problemas suele ser el impuesto a las rentas más altas para recaudar más y mejorar los servicios o aumentar la cobertura de la protección social por medio de, por ejemplo, las rentas básicas y también la inversión en I+D+i para tener una economía campeona (discurso que se puede encontrar en todo el arco ideológico de mayorías, desde el PP hasta Podemos).

Es difícil encontrar críticas al sistema social conscientes de que las mayores víctimas no se encuentra en nuestras sociedades, sino en sociedades alejadas de nuestra cercanía o nuestro presente. O también es difícil dar con críticas al sistema social insistente en los perjuicios que el sistema social produce también en las personas bien acopladas en el sistema por medio de salarios y condiciones laborales poco insanas o por medio de rentas de propiedad, pues la modalidad de relaciones sociales que se imponen arrasan con muchos bienes sociales, como la comida con nutrientes y sin tóxicos o la fraternidad. Contra todas esas consecuencias la agenda de partidos e instituciones poco margen de maniobra tiene porque su mano no alcanza la infinitud y la infinitesimidad social, sólo unos puntos con palos de ciego.

Uno de esos bienes devaluados es el arraigo social. Las sociedades dispersas por la geografía y organizadas alrededor de instituciones más sociales que estatales creaban unos lazos afectivos bastante positivos y sanos, con zonas de negatividad y patología. Como sabrá quien me conoce o me ha leído, yo procedo de uno de los muchos pueblos despreciados por la lógica de los tiempos. Era un pueblo con tierra, agua y personas. El afán de acumulación codició, privatizó y agotó el agua. La población huyó sin agua y con las promesas de los salarios. La tierra se quedó abandonada. Es la historia de muchos pueblos, las muchas Comalas.

Los que huímos parcialmente del pueblo echamos de menos algo que en el pueblo disfrutábamos y desapareció cuando nos marchamos. No soy muy capaz de expresarlo, pero en este artículo lo llamo arraigo.

Supongo que los emigrantes desde las comunidades hasta las megaciudades (los que encontramos un trabajo asalariado y los que no, también los que fueron expulsados y ajuntados en campos de concentración de excluídos) tenemos este sentimiento de desarraigo. Me imagino que las segundas generaciones, la de quienes han nacido ya en las megaciudades ya no tendrán este sentimientos de extrañamiento. Me parece que tampoco tendrán el sentimiento que nosotros tuvimos en aquel ambiente acogedor de los pueblos.

En la vida moderna perdemos ese abrigo y nos tapamos con el frío dinero, que satisface brillantemente muchas necesidades y nos aloja en una comodidad adictiva. No desaparece esa añoranza.

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