El derecho de manifestación y las sociedades abstencionistas

Posted on May 26, 2012

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El derecho de manifestación y las sociedades abstencionistas

Tengo la sensación de que a las personas que merodeamos la propuesta y la protesta muchas veces  nos envuelve un optimismo ilusorio porque en nuestros círculos es frecuente la búsqueda de información crítica, el pensamiento alternativo, el debate y la acción de concienciación, organización, participación, … Cuando salgo de esos círculos se derrumba la euforia. En esos otros universos abunda la conformidad, la distracción, la resignación, la abulia, …

En esas mayorías está la gran fuerza social. Actualmente es un ímpetu aplacado, inmóvil. Décadas de perfección del sistema de control social han desactivado las iniciativas de transformación social, que irredentas continúan sus tentativas.

Esta semana en Tenerife hemos tenido cuatro importantes manifestaciones (enseñanza, empleados públicos, sanidad, prospecciones petroliferas). En todas hubo millares de personas. Mientras tanto, centenas de millares permanecían silenciosos en sus casas, en las playas, en las tiendas, en las rutinas. En millares de casos comulgando con los que se manifestaban.

Algunas personas me decían que todas esas cuatro manifestaciones deberían estar unificadas en una muy grande para dar mayor sensación de confrontación. Otros pensamos que es bueno que la calle esté ocupada por la indignación a todas horas, la calle que permanece en guardia.

Todo esto me ha hecho preguntarme por la utilidad del derecho de manifestación en esta fase histórica de delegación en los poderes emanados del pueblo y abstención participativa, mientras nos birlan la herencia de derechos sociales recibidos de nuestros abuelos.

La reunión/manifestación es uno de los derechos clásicos de participación del ciudadano, que también puede expresarse libremente, crear una asociación o vincularse a una existente, promover o integrarse en una iniciativa legislativa popular, votar en los referendos organizados por el poder, la acusación popular. Nuestra Constitución está llena de limitaciones y trampas para quienes quieran participar en política de forma directa, sobre todo cuando sus propuestas o protestas contrarían a las clases dominantes. Todo se dejó bien atado para que las iniciativas, las decisiones y su ejecución quedaran sujetas a los poderes establecidos.

Podríamos preguntarnos para qué se usa verdaderamente el derecho de reunión y manifestación. En estos tiempos se usa más para la protesta contra las agresiones que para proponer avances, pues los actores apenas tienen fuerza para suplicar piedad en medio de la inclemencia. Los asistentes pueden pensar que lograrán sus objetivos si protestan en número suficiente, aunque también hay quienes participan por un deber moral de protesta ante lo injusto o por una convicción en la necesidad de la participación popular.

¿A quién dirigimos nuestros gritos y nuestros cartones?. Al resto de la sociedad, que dormita ajena a lo protestado, aunque les afecte tanto o más que a los protestantes. También se le grita a las instituciones para que corrijan las decisiones equivocadas, que solo escucharán si el número es excepcionalmente atronador. Finalmente es una autoafirmación de los que proclaman, gritan, silban, pitan, percuten; un encuentro con los hermanos del círculo filantrópico.

Habría que preguntarse también si las manifestaciones consiguen lo que se proponen. En la época de debilidad histórica parece que las instituciones hacen más caso a las influencias de los dueños del mercado que a los peatones de la calle. Entre los manifestantes y la mayoría silenciosa se ha construido un gran muro de insonorización. Difícilmente los gritos de quienes piensan que se puede conservar lo bueno y se puede mejorar lo malo alcanzan los salones televisados con mensajes de engaño o distracción. Quizá lo más importante que pueda obtener la manifestación en estos momentos sea el sostenimiento de los círculos que conservan el fuego sagrado de los pensamientos críticos. Desde esas calles y plazas puede partir boca a boca el mensaje rumbo hacia los hogares donde ni la situación social ni el engaño masivo convenzan, en un momento histórico de búsqueda de la verdad fuera de las máquinas de la mentira.

Mientras la política se mantenga marginada en los recónditos rincones de nuestras inercias diarias y mientras nuestro tiempo esté colonizado por el convencimiento de que la realidad es como nos dicen que es y no puede ser de otra forma, mientras no salgamos a buscar la verdad entre nuestros semejantes y a compartirla con ellos, mientras no participemos en la rectificación social, … el mundo seguirá siendo gris oscurenciendo.

El derecho de manifestación no deja de ser una libre expresión colectiva con sus gritos y sus pancartas. No es un método tan sofisticado como los medios que usan los dominadores para su control. Combinado con los otros medios de participación y en el contexto de las tecnologías de la información y la comunicación, debería tener su utilidad como lugar de encuentro, en una época en la que el desencuentro ha sido otra técnica de desestructuración de los movimientos sociales antagónicos.

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