Los principios de realidaz y responsabilidaz de Zapatero: fundamentos de su neoliberalismo

Posted on septiembre 10, 2011

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Muchos nos preguntamos si Zapatero ha dejado de ser rebelde porque el mundo lo ha hecho así así y porque los señores tras los mercados lo tratan ahora con amor o si es que nunca fue rebelde. Desde que lo eligieron Secretario General del partido hasta que encontró en las movilizaciones sociales una catapulta hacia la Moncloa, lo recuerdo como el líder que ofrecía pactos a diestra y a diestra. Fruto del pactismo fue el Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo o el Pacto para la reforma de la justicia. Ya en la fase de las movilizaciones contra la LOU, la reforma laboral con decretazo o el NO A LA GUERRA de Irak (en la de Libia ha estado a favor) adoptó a una pose de oposición más confrontada.

Con esa guisa de rebeldía alcanzó el poder cuando nadie lo esperaba. Su fulminante retirada de las tropas de las guerra le granjeó un prestigio todavía más elevado de gobernante indomable. En libertades civiles hizo también algunas reformas en el sentido que esperaban los progresistas del país.

Sin embargo, su política económica nunca supuso un viraje de las políticas de los anteriores gobiernos populares y socialistas, que podríamos calificar como neoliberales (baja presión fiscal, privatizaciones, reformas laborales). La economía española tenía una exagerada orientación hacia la construcción y padecía de un obvio calentamiento focalizado en el precio de la vivienda. Pese a ello, nuestro héroe nunca ejecutó acciones keynesianas anticíclicas, antiburbujeante, de reducir los riesgos deducidos de la elevación del precio de la vivienda, el nivel de construcción residencial o el endeudamiento privado. Por ejemplo, en una política de vivienda orientada a la propiedad y procíclica, todos los años se deducían unos pocos miles de millones por adquisición de vivienda, se subvencionaba la adquisición de vivienda protegida o libre de mil formas, las plusvalías en las ventas de vivienda tributaban por debajo de las rentas del trabajo, se mantenían millones de viviendas desocupadas, la vivienda vivienda de promoción pública era sumamente subsidiaria frente a la vivienda protegida de promoción privada y se llevaba a los barrios con mayores problemas de integración.

Tampoco hubo una recuperación de progresividad fiscal, como exigían desde la oposición cuando Rato hacía reformas tributarias, sino todo lo contrario. En época de bonanza había posibilidades de aumentar el gasto social de becas, pensiones mínimas, salarios mínimos, ayuda a dependientes… en una cantidad bastante pobre, para un evaluador que crea firmemente en el Estado del Bienestar, aunque llenaba de orgullo socialista al presidente. Usó las posibilidades de la liquidez al mismo tiempo para contentar a las rentas altas con reformas fiscales contrarias a la teoría económica de los los ciclos, ya que dejaba más recursos privados liberados para potenciar los desatinos de la burbuja.

Socialmente no se usaban los recursos para mejorar el Estado del Bienestar, alejado de los niveles europeos, y económicamente no se usaban para reorientar el modelo económico. Era como la decisión de llevar al Prestige mar a adentro en medio de una tormenta.

En época de euforia no obró a la manera socialdemócrata. No sorprendió, ya el antecesor «socialista» en el cargo había asumido apuestas similares. El socialismo democrático de los países escandinavos también está en vías de extinción en la hegemonía del neoliberalismo. Han sido décadas de decisiones en un mismo sentido, haya crecimiento acelerado, desaceleración, estancamiento o recesión: retrocesos fiscales por la vía de la reforma o del fraude, privatizaciones para aumentar recursos públicos disminuyendo el parque público de empresas con beneficios, la limitación del Estado del Bienestar, reformas laborales de renuncias, …

En la época de crisis empezó con un plan de estímulo de la actividad económica y otro de protección a los desempleados, pero el primero murió en edad infantil y el segundo ha sufrido recorte tras recorte. Es cuando las vacas han adelgazado, cuando el presidente se ha dado cuenta de que ya no había carne sobrante para repartir entre rentas altas y clases populares. A las rentas altas no les ha disminuido la ración; en cambio, sí ha recortado la parte de las clases populares y trabajadoras con las mismas recetas usadas en la edad de la abundancia: retirada de medidas populistas, aumento de IVA, eliminación del impuesto de patriomonio, rebaja de sueldos públicos, recorte en servicios públicos, reformas laborales de abaratamiento del despido y precarización de las condiciones de trabajo.

En el último debate del estado de la nación los grupos de izquierda le reprocharon este comportamiento antisocial. Es lo normal. El presidente asume perfectamente su alineamiento en política económica, su alienación neoliberal. Se considera persona realista y responsable al actuar de ese modo. En su planteamiento hay una velada acusación a los grupos de izquierda de vivir en el principio del deseo. Contrapone lo deseable con lo posible, pragmatismo reaccionario. Entresaco dos párrafos de su forma de pensar.

Realmente cuando se está ahí, en el banco azul, y cuando se tienen que tomar las decisiones, pues hay algo que se llama el principio de realidad, así, tal cual, que tienes que asumir si tienes además el principio de responsabilidad. Y cuando escucho a algunos de los tres portavoces que han intervenido, sobre todo en el tema de la discusión del déficit -al señor Llamazares, a la señora Buenaventura-, que dicen que hay que seguir con el déficit, que hay que seguir con los estímulos fiscales, les puedo asegurar que a un Gobierno progresista no le produce alergia la inversión pública sino todo lo contrario, y tampoco el gasto social, como es natural. Pero ahora la pregunta que cabe hacerse es: ¿Es posible hacerlo en un contexto económico donde tenemos que cumplir obligaciones con el servicio de la deuda, en un contexto económico de desconfianza en el que sabemos perfectamente que si seguimos en una política de déficit alto como hicimos en 2008, en 2009, nos va a llevar a la imposibilidad de financiarnos? ¿Sin alternativa alguna? Está muy bien decirlo, es facilísimo decirlo desde esta tribuna: No, usted debiera haber seguido con la inversión pública, con el esfuerzo que hizo en el presupuesto de 2009. Pero si las condiciones -como pasó- cambian radicalmente en el mercado donde tengo que pedir el dinero, si no nos lo dan, pues hemos tenido déficit de 60.000 millones de euros, que es lo que supone pedir para tener un déficit del 6 por ciento, ¿cuál es la alternativa? ¿La alternativa es 60.000 millones de impuestos? Entonces, ¿dónde financiamos la política de desempleo, la de educación, la de sanidad, la de carreteras, la de becas? En fin, eso es lo que yo llamo el principio de realidad. Dura realidad. Antes lo comentaba con el señor Erkoreka, el matiz de lo que sucedió cuando se puso en marcha la crisis de deuda de la eurozona con Grecia. Habíamos optado claramente por una política keynesiana de estímulo fiscal frente a la crisis económica, hasta que la deuda y los temores sobre incumplimiento de tanta acumulación de deuda, y una burbuja de deuda pública que se generó para responder a la crisis, hicieron imposible continuar por ese camino. Esto no es de izquierdas ni de derechas, es de sentido común. O lo asumes o no lo asumes. Si los que te prestan el dinero para financiarte -porque con el que tú tienes y recaudas no es suficiente para hacer las políticas necesarias- te lo dejan de prestar, ya sabes lo que tienes que hacer: pedirlo a alguien, y solo hay alguien que lo preste, el Fondo Monetario Internacional o en este caso Europa también. Le ha pasado a muchos países en el mundo y todos han pasado por años muy duros, como bien describía el señor Erkoreka. Esto es así. Lo podemos ignorar.

¡Ah!, muy bien, yo lo ignoro, subo a la tribuna y digo: yo ignoro que cuando digo que vamos a tener un 6 por ciento de déficit -que no es de las cifras más altas que hemos tenido- supone que necesito 60.000 millones de euros que pido a los mercados, que son fondos de inversión, fondos soberanos -fondos soberanos, ¿eh?, de países de todo tipo y composición ideológica-, que si creen, piensan o temen que no se los vamos a devolver, no nos los prestan. ¿Es duro? Pues sí, es duro. ¿Al Gobierno le gustaría tener una máquina de fomentar o de generar fondos de esta naturaleza? ¡Hombre! Por supuesto. ¿Que los mercados o que esos fondos inversores buscan la máxima rentabilidad y el máximo interés? Por supuesto. ¿Que hace falta un control superior sobre ellos? Sin duda. ¿Que el papel de las agencias de rating tiene también que someterse a un escrutinio, a un seguimiento? Claro que sí, y ha sido decisivo como bien sabemos. ¿Que los países que forman el G-20 y Europa tienen que tener una capacidad de mayor regulación? Sin duda. ¿Que hay que poner un impuesto a las transacciones financieras que no tienen imposición, al menos para que una parte ingrese en los Estados? Sin duda.

Bien, todo eso es necesario, pero todo eso, aun puestos en el mejor escenario posible, de un sistema financiero con imposición a las transacciones financieras, con regulación, con supervisión y con control, aun así, si tienes que financiarte, tienes que financiarte, a no ser, insisto, que tengamos una respuesta fiscal en la línea de lo que hemos hablado hace un momento, que en todo caso, por mucho que hagamos en favor de la progresividad, por mucho que hagamos en favor de una fiscalidad más activa, tendrá siempre sus limitaciones con la base fiscal que tiene nuestro país, porque como siempre vamos por un pasillo estrecho en estos casos. Si castigas mucho a la inversión, fiscalmente a las sociedades, corres el riesgo de que haya poca inversión empresarial. Si castigas mucho al ahorro fiscalmente, corres el riesgo de que el ahorro se vaya a ahorrar a otro sitio. Esto es así, esto es el principio de la realidad, el principio de cómo funcionan las cosas. ¡Ah!, bien, podemos hacer la prueba y poner una fiscalidad al ahorro muy superior y correr el riesgo -en crisis incluso todavía es más arriesgado-, pero aun así estaríamos hablando de una cantidad limitada, y por tanto no podemos entre nosotros hacer discursos que no tengan un cierto sostén, aun admitiendo la ineficiencia de la regulación de los mercados; aun admitiendo -no lo voy a admitir sino a denunciar- que se tenía que prohibir, perseguir, vigilar, controlar el afán especulativo que existe en una parte importante de sector financiero, no solo del sector financiero, por ejemplo con las materias primas.

Fuera de esa «realidad» presidencial no hay solución para el presidente: no se pueden aumentar los impuestos a las grandes empresas y a las grandes rentas, porque huirían, aunque la presión fiscal española sea mucho más baja que la media europea; el gasto hay que limitarlo rígidamente al los ingresos reducidos para evitar que la devolución de la deuda se escape de las capacidad; no se puede convertir al Banco Central Europeo en un prestatario a países aunque lo sea para bancos; no se puede crear una banca pública; no se pueden regular los movimientos especulativos de capital, ni se puede poner un impuesto a esas transacciones; el mundo es así y no lo ha inventado el presidente… Como canta Silvio Rodríguez, «lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida».

No ve forma de rebelarse contra ese estado de las cosas. Por eso es comprensible que haya seguido el camino trazado de las reformas laborales, los recortes de derecho y la mala venta de las empresas. Hace falta valentía para oponerse a los designios de los poderos.

En épocas de crisis nos cuenta la milonga de que las alternativas no son realistas o responsables; en épocas de crecimiento irracional no se aprovechan los márgenes ni se ataca la irracionalidad. Nunca hay oportunidad para cambiar el modelo de producción y distribución de la renta. Siempre hay grandes razones para conducirnos hacia el acantilado. Por la senda de su realismo y de su responsabilidad nos avocan a un tipo de sociedad de desigualdad, precariedad, vulnerabilidad, marginación, descohesión, delincuencia por motivos económicos bastante fea. Son treinta años de neoliberalismo desarticulante.

Sólo una gran rebeldía social nos podría librar del imperio del realismo suicida. Una rebeldía que penetre y dure, que imponga otro rumbo a la sociedad. Que exija en la calle y se imponga en las instituciones.

Posted in: Política